> TORRE DE LAS ARCAS ( TERUEL ): Dar sentido a las tradiciones

Torre de las Arcas es un Municipio perteneciente a la comarca de Cuencas Mineras, altitud: 953 mts. Existe un castillo del siglo XIV en lo alto de una loma que domina el valle del río cabra y sobre la que comenzó a crecer esta localidad, es de planta cuadrada, de unos 20 metros de lado, con muros de mampostería que todavía conservan algunas saeteras. En un ángulo se observan restos de una torre cuadrada como elemento de defensa y protección de la puerta de acceso cuyo arco semicircular está enmarcado por jambas y dovelas de buena sillería, Parece tratarse de un castillo-refugio. La iglesia de San Miguel un templo barroco del siglo XVIII del que sobresale su altanero campanario realizado en ladrillo con una torre de cinco cuerpos, los cuatro superiores de ladrillo y decoración mudéjar. En la misma plaza, se ubica el ayuntamiento que consta de dos pisos, el inferior es de dos arcos de medio punto donde estaba la lonja, hoy cubiertos destinándose el espacio interior a centro social y bar, presenta en la fachada el escudo de la población realizado en piedra. Cuenta con unos lavaderos tradicionales, un antiguo molino harinero, un auténtico jardín botánico, la ermita de la Virgen de la Huerta y a 2 km la ermita de la Virgen de Oto.

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domingo, 11 de mayo de 2008

Dar sentido a las tradiciones

Cocer espliego para lograr esencia.
Durante los últimos treinta o cuarenta años dejaron de ser útiles los animales de carga, las herramientas con las que se segaba y trillaba, la manera de
trabajar, las ropas que vestían hombres y mujeres, las tradiciones que, buenas o malas, conformaban el vivir. La obtención de esencia del espliego no iba a ser menos.
Abandonar a su suerte las antiguas calderas en las que se cocía el espliego es lo que hicieron, hace más o menos cuarenta años, los verdaderos dueños. Sin duda les parecieron demasiado pesadas y antiguas para venir de propio a recogerlas. Se quedaron junto a la ermita de la Virgen de la Huerta hasta hace un par de años en que se encontró un lugar apropiado para ellas: el Centro de Interpretación de la Flora, en la ribera del río Cabra, y allí se transportaron.
El Parque Cultural del río Martín subvencionó este año que ya termina un proyecto con el que se pretendía recuperar una vieja tradición desde hace muchos años en desuso, cocer espliego para lograr esencia. A ello nos pusimos en Torre de las Arcas.
La primera tarea era saber qué había y qué faltaba, así que hicimos el recuento. Teníamos las dos calderas, el vaso florentino para recoger la esencia, algunas grapas para sellar las junturas y unos cuantos tubos oxidados. Faltaba la pieza que, dentro de la caldera, sepa
ra el agua del espliego y que tiene la forma de rasera o espumadera, el serpentín, la tapa y algunas grapas más. Pensamos en Antonio Ortín, el herrero de Montalbán, conocedor de los viejos usos de los metales, para que fuese el encargado de la fabricación de estas piezas, aunque la tapa de la caldera fue entregada por un particular que la había guardado. Benigno Terrén hizo un dibujo y con él bajamos a ver al herrero. Un poco más tarde, a mediados de junio, comenzamos la construcción del hornal. El jardinero encargado del mantenimiento del jardín del Centro de Interpretación, Jerónimo, decía que se acordaba del que había en Alcaine, su pueblo, y siguiendo el modelo así lo hizo.
Era, entonces, el momento de dar a conocer que estábamos preparando una fiesta para el 1 de septiembre. Daba un poco igual el día elegido, pero buscamos el tiempo apropiado para la siega de la planta y que fuese sábado, ya que es el mejor momento del fin de semana. Desde luego intentamos que el anuncio fuera conocido por el mayor número de gente posible y en agosto la Plaza Mayor está llena, así que el Ayuntamiento convocó una reunión informativa y allí se dio la fecha. Poco a poco fuimos bajando todos para ver de primera mano qué era eso de la caldera y del hornal.
Intentando darle la mayor relevancia, pensamos en la música y los Gaiteros de Alcorisa aceptaron con mucho gusto venir a tocar por la mañana. Además, la Comisión de Fiestas rifó un jamón que se quedó sin dueño y lo entregó al Ayuntamiento. Era un acompañamiento más, junto a un par de quesos y unas botellas de vino, a la fiesta que preparábamos. Faltaba encontrar la materia prima sobre la que esta giraba. La última semana de agosto com
enzamos a buscarla. Santiago López puso el coche y tuvimos suerte, ya que encontramos un par de bancales camino de Obón en los que parecía que habían sembrado el espliego. A la luz de la mañana estaba hermoso por la mezcla de color entre dorado y morado.
Segar los más de doscientos cincuenta kilos que se necesitan para llenar la caldera llevó gran parte de la mañana de un par de días. Santiago, junto con Vicente y Dionisio Martín llevaron el peso de la faena. Las mujeres del primero, Águeda Villanueva, y del tercero, Manuela Adán, hicieron de gavilladoras, nada tan penetrante como el olor que queda en las manos y en la ropa, y el resto de la última semana de agosto se dedicó a ultimar los detalles: llenar la doble caldera con el espliego, probar el serpentín y colmar de agua la pequeña balsa en la que está colocado para enfriarlo, un punto fundamental en el proceso que lleva del espliego a la esencia. Además, había que traer la leña para encender y mantener el fuego. También ellos, junto con Miguel Latorre, se encargaron de ese trabajo.
Cuando llegó el gran día, los organizadores cruzaron los dedos para que algo saliese de la cocción, para que hiciese un buen día, para que los gaiteros no desafinaran, para que viniese la gente del pueblo y de fuera y para que el jamón no estuviese salado.
Los fogoneros encendieron a las siete de la mañana de un día despejado y fresco, casi había rosada. Uno vigilaba el fuego, mientras que los otros se dedicaban a tapar con arcilla las junturas y los agujeros de las calderas para que no se perdiese el vapor y con él la esencia. A las once de la mañana el olor a espliego comenzaba a extenderse por el pueblo y del caño por el que debía salir la esencia manaba abundante líquido en el que se mezclaba la esencia, reconocible por su aspecto aceitoso y un poco más oscuro, y el agua.
Acudió gente, tanto del pueblo como de otros sitios, que disfrutó del lugar en el que se ha colocado la caldera, de la música, del jamón, además del olor y de la suavidad de la piel impregnada del aceite. Una pequeña fiesta para los sentidos.
Del espliego a la esencia se ha llamado ese día en los pocos carteles pegados fuera del pueblo y llegados a este punto es el momento de mirar atrás, de conocer los fundamentos de ese trabajo que este año hemos convertido en fiesta.
Cuando terminaban las labores de la siega y la trilla, más o menos a principios de septiembre, estaba en pleno apogeo la flor del espliego. Ya sabéis que el dinero contante y sonante era un problema, así que el año en el que había llovido y las plantas y flores del espliego ocupaban los yermos y comunales, alguien venía dispuesto a encender la vieja caldera de hierro junto a la balsa del Plano para conseguir un poco de esencia con la que lograr preparados medicinales y de cosmética. Entonces se volvían a poner los aparejos al macho o a la burra, a coger la faz y a llevar cargas de espliego con las que llenar la caldera, que en los años sesenta se pagaba a dos pesetas el kilo. Era la propina del año.
Las calderas eran dos, una de ellas sin fondo, y se colocaban una encima de la otra, a unos cuarenta centímetros de una balsa de agua. En un lateral estaba la boquera del hornal por la que se hacía fuego, las dos primeras veces con aliagas y, más tarde, con el propio espliego, puesto a secar una vez cocido. Dentro, el espliego dispuesto para cocer. En la caldera cabía bastante, de 250 a 300 kilos, pero para aprovechar bien la capacidad, el encargado de darle fuego entraba dentro y lo pisaba.
Era muy importante que la caldera no tuviera ninguna fuga, así que
cualquier poro del hierro se tapaba con verdín y barro de tierra arcillosa. Para cerrarla se colocaba una tapa y las junturas de las calderas se grapaban a martillo. Las grapas tenían forma de V.
De la caldera superior salía hacia abajo un tubo que conectaba con otros horizontales por los que pasaba el vapor y que se ponían dentro del agua para que enfriasen. Era el serpentín que decantaba la esencia en una caldera más pequeña o vaso florentino, de donde se recogía, ya que pesaba menos que el agua y flotaba. De ahí pasaba a garrafas o a botellas de cristal.
¿Por qué más de cuarenta años después hemos hecho este trabajo de recuperación? La respuesta es larga: porque tenemos un Centro de Interpretación con un jardín bastante cuidado y bien bonito que tenemos que dar a conocer y al que tenemos que añadirle novedades siempre que podamos; porque recuperamos una labor tradicional de cierta importancia en nuestro pueblo, perdida desde hace muchos años y, finalmente, porque la fiesta es un encuentro alegre.
Nuestra intención es volver a repetir al año que viene, sin duda porque en su conjunto todo el proceso, en el que no es lo menos importante recordar tiempos pasados, nos ha dejado un buen sabor de boca.

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